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Díselo con fresas, no con chocolate

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El pasado sábado fue San Valentín, conocido también como día de los enamorados. ¿Y quién no se ha dado cuenta? Desde hace semanas nos bombardean con perfumes y joyas en televisión o bombones y flores en los catálogos de los supermercados. Yo no celebro nunca este día, me parece un invento al más puro estilo consumista, aunque respeto a todos los que quieren tener un detalle con la persona amada en este día. Sin embargo, me llama mucho la atención que en este tipo de ocasiones, en las que uno quiere demostrar a otra persona su amor (del tipo que sea) y sus mejores deseos, no se le ocurra otra cosa que regalar una caja repleta de bombones, con forma de corazón, por supuesto!

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El 14 de febrero, según las estadísticas, se vende el 30 % del chocolate que se comercializa en todo el año. En cifras mundiales, se producen unos 80 millones de dulces y 35 millones de cajas de bombones. Y sólo para un día…

Y, ¿por qué se regala chocolate?

Tradicionalmente se ha asociado al chocolate la propiedad de ser afrodisíaco, cualidad que proviene principalmente de la teobromina, que más que afrodisíaca es un compuesto estimulante de la familia de la cafeína. Teobromina significa “alimento de los dioses”, y los aztecas consideraban al chocolate como un manjar divino con poder de otorgar fertilidad y sabiduría a quien lo tomara. La teobromina es un vasodilatador que puede provocar una disminución de la presión arterial y estimular el miocardio. De ahí que se le atribuya la propiedad afrodisíaca.

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Otro compuesto presente en el chocolate es la feniletilamina, un alcaloide que activa neurotransmisores como la dopamina o la norepinefrina, responsables de la sensación de bienestar, y que también puede producirse de forma natural en el cerebro. Sin embargo, la feniletilamina del chocolate se degrada por la enzima MAO (monoamina oxidasa) tras ser ingerida, por lo que la cantidad que llega al cerebro es muy pequeña. Quizá, entonces, la liberación de estas hormonas al comer chocolate no se deba al alimento en sí sino a una producción de forma natural desencadenada por la propia sugestión de pensar que estamos tomando una sustancia que produce placer (sin negar el placer real que pueda provocar degustar una onza de chocolate mientras se derrite en la boca).

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¿Todo esto podría explicar el efecto que produce el chocolate? Tal vez en parte, aunque ya digo que en mi opinión es una cuestión más bien subjetiva. Además, hay que tener en cuenta un factor importante. Tanto la teobromina como la feniletilamina se encuentran en el cacao. El chocolate que consumían los aztecas procedía de las semillas del árbol tropical “Theobroma cacao” y tenía un sabor amargo incluso agrio. Sin embargo, cuando Cristóbal Colón trajo a Europa las semillas de cacao, no pareció ser de agrado por lo que le agregaron azúcar, mantequilla y leche, y este es el chocolate que consumimos actualmente.

¿El chocolate previene el envejecimiento?

Recientemente he leído una noticia en la que se atribuye al chocolate la propiedad antienvejecimiento, donde hacen referencia a dos estudios publicados en revistas de relevancia que concluyen que los flavonoles del cacao (compuestos antioxidantes) mejoran las funciones cognitivas del cerebro y activan áreas cerebrales relacionadas con la memoria. Pero con estos datos no podemos concluir que el chocolate tenga propiedades antienvejecimiento, sobre todo porque como acabamos de decir, el cacao y el chocolate no son lo mismo (además de que ambos estudios se han realizado con una bebida de flavonoles del cacao, no con chocolate). Por tanto, si alguien ha regalado bombones a su pareja con el deseo de evitar su envejecimiento, le recomendaría que se leyera antes la etiqueta para comprobar cuánta cantidad de flavonoles de cacao contiene (el que lo encuentre, por favor, que me lo diga!), y lo compare con la cantidad de azúcar y grasas saturadas (éstos sí que aceleran el envejecimiento y promueven otras muchas enfermedades).

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¿Y si sustituimos chocolate por fresas?

La idea de regalar chocolate en San Valentín, o cuando visitamos a alguien que está en el hospital o convaleciente no es más que transmitirle nuestros mejores deseos de amor o de recuperación, según el caso. No lo hacemos con mala intención, evidentemente, pero si lo pensamos bien estamos regalando algo que no concuerda con el deseo que queremos transmitir. ¿Regalarías a alguien a quien quieres, una docena de papeletas para que pudiera desarrollar en un futuro obesidad, diabetes, infarto de miocardio, derrame cerebral, etc? Pues entonces, en lugar de elegir chocolate (sobre todo si es con leche), regala una cesta de frutas o una caja de fresas (por aquello del color rojo, otorgado al amor). Te puedo asegurar que el contenido en antioxidantes es mucho mayor, además de contener otras muchas propiedades beneficiosas que el chocolate no posee (vitaminas y minerales, fibra y agua) y no contener ciertos nutrientes más perjudiciales que beneficiosos (azúcar y grasa saturada). Juzguen ustedes mismos…

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Si, además, quieres obtener un efecto potenciador en el sabor de las fresas, añade un poco de sal y limón y déjalas macerar 5 minutitos antes… enamorarás a cualquiera por dentro y por fuera!!

«Disfruta de la vida, o al menos come bien»

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