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Niños, ¿son en parte súpercatadores? (Alimentación en la Infancia-III)

Alimentación Infantil Nutrición Educación Niños Catadores

Continuamos con la saga de posts escritos por mis alumnos de Alimentación en la Infancia, de 3º curso del Grado de Nutrición Humana y Dietética de la Universidad Pablo de Olavide. Este año les propuse que escribieran un post relacionado con la asignatura, y algunos de ellos se están publicando en este Blog.

Os presento la tercera entrega:

NIÑOS, ¿SON EN PARTE SÚPERCATADORES?, por Julia Benítez, Raquel González, Marta Moncayo, Cristina Rofa y Lucía Sánchez.

¿Eres de los que te gustan el sabor amargo del café? Imagina probar un café que supiera 10 veces más amargo de lo normal. ¿Te gustan las fresas? Imagínate que hasta la fresa más dulce te supiera ácida como un limón. Así es como los supercatadores perciben los sabores. Como veremos a continuación, estas personas siente un claro rechazo hacia cierto tipo de alimento, un comportamiento que también es común en muchos niños pero, ¿qué podrían tener en común niños y supercatadores?

Alimentación Infantil Nutrición Educación Niños Catadores ¿Cómo saboreamos los alimentos?

Los receptores del gusto se encuentran principalmente en el dorso de la lengua, en las denominadas papilas gustativas, gracias a ellas somos capaces de diferenciar hasta 10.000 sustancias distintas a partir de la combinación de cinco sabores: salado, dulce, amargo, ácido y umami (en japonés, delicioso).

Una persona promedio tiene aproximadamente 10.000 papilas gustativas que se van regenerando cada 2 semanas, más o menos. Pero, a medida que una persona va envejeciendo, algunas de esas células no se regeneran: un anciano puede tener sólo 5.000 papilas que funcionan correctamente. Además, agentes agresores como el tabaco pueden reducir nuestro número de papilas gustativas.

¿Qué diferencia a un supercatador?

Un supercatador suele tener  más de 400 papilas gustativas por centímetro cuadrado de lengua  en comparación con las 96 papilas por centímetro cuadrado que tienen los no catadores, esto se traduce en que para los supercatadores cada bocado es una explosión de sabor. Podríamos considerar esto como un don: poder saborear al máximo todos los alimentos pero, al igual que  oír el más mínimo ruido amplificado 10 veces puede terminar siendo tremendamente agobiante, ser supercatador también tiene sus inconvenientes. Alimentación Infantil Nutrición Educación Niños CatadoresLos sabores que más se intensifican para estas personas son el amargo y el dulce, por eso no toleran muy bien ciertas verduras como espinacas, acelgas, col, cebolla, cardo o brócoli cuyo alto contenido en antioxidantes y calcio les da este regusto amargo; tampoco les gustan los alimentos ricos en grasa, principalmente en grasas vegetales al tener también cierto tono amargo. Incluso rechazan alimentos muy dulces como puede ser, valga la redundancia, un delicioso y apetecible dulce. ¡Muchos los miraríamos como si estuvieran locos!

¿Niños supercatadores?

Llegamos a la pregunta del millón: ¿Son los niños supercatadores?

Nuestra respuestas es sí y no: lo común es que los niños sean catadores medios, ya que solo un 25% de la población mundial es supercatadora y lo son desde su nacimiento hasta la vejez. Sin embargo, como hemos mencionado antes, a medida que envejecemos vamos perdiendo papilas gustativas, por lo que un niño de dos años va a tener más papilas gustativas que un anciano. ¿Qué quiere decir esto exactamente? Pues que, al igual que los supercatadores  (aunque no en la misma medida), es muy posible que los niños saboreen ciertos sabores con más intensidad que un adulto, lo que podría dar una explicación a por qué los niños rechazan con frecuencia algunos alimentos, sobretodo verduras (recordemos el sabor amargo que caracteriza a algunas de ellas).

Alimentación Infantil Nutrición Educación Niños CatadoresLa doctora Julie Menell, investigadora estadounidense, apunta además a una adaptación biológica del ser humano para que muchos niños rechacen de entrada la verdura, y en cambio suspiren por los dulces. La explicación habría que buscarla en el instinto de supervivencia de la raza humana: tenemos 27 receptores para detectar lo amargo frente a sólo 3 para el dulce, que con seguridad es debido a que las sustancias venenosas o peligrosas para el organismo de nuestros antepasados de la prehistoria se identificaban normalmente por su sabor amargo, por lo que con el tiempo el ser humano desarrollaría más receptores para el amargo. Por otro lado, el dulce se relacionaba con los azúcares, es decir, la adquisición inmediata de energía.

Más allá de la comida

Por lo general, esta aversión de los niños a las verduras va pasando con la edad, pero hay que saber sobrellevar esa etapa de “no me gusta y no me lo como”.

¿No se os viene a la cabeza la típica escena de un niño o niña enrabietados porque no quiere comerse sus verduras y una madre o padre desesperados por no saber cómo afrontar la situación? En la alimentación es tan importante el qué se come como el entorno en el que comemos: un niño que recibe el día de su cumpleaños una deliciosa tarta acompañada de buenos momentos con amigos y familia va a terminar relacionando esa tarta con sentimientos de diversión y alegría, del mismo modo, si ese mismo niño acompaña su plato de verduras con una situación desagradable y de estrés como guarnición probablemente desarrolle un sentimiento de aversión hacia estos alimentos.

La mayoría de los padres pensarán que es por cabezonería, pero la realidad es que es muy posible que el sabor de esos alimentos les desagrade y que abrir la boca del niño con unas tenazas para que coma no es la solución.

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¿Qué hacer?

Lo primero es no perder los papeles, es normal que los padres se preocupen más de la cuenta por la alimentación de su hijo, pero no por ello hay que sacar un disgusto de cada comida.

Si tu hijo es de los que aquí describimos (siempre hay excepciones) lo mejor en estos casos es habituar al niño al sabor de estos alimentos progresivamente: empezaremos por preparar platos en los que el sabor amargo este disimulado, esto lo podemos conseguir elaborando purés de verduras, añadiéndoles salsas, queso o especias que sepamos que son de su agrado. También podemos combinarlas con alimentos que les gusten, como la pasta o añadir las verduras a una tortilla francesa. A medida que el niño se acostumbre a comer el alimento dejaremos de ocultarle su sabor poco a poco. ¡La imaginación en la cocina no tiene límites y recuerda, ante todo, paciencia!

«Disfruta de la vida, o al menos come bien»

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