
¡YA ESTÁ BIEN DE ETIQUETAR A LOS NIÑOS CON PALABRAS GORDOFÓBICAS!
Hace unos días escuchaba gritarle a una niña de unos 8 años “¡No comas más que te vas a poner como una foca!”. Y la niña en cuestión no tenía exceso de peso, en este caso. Pero aunque lo tuviera… ¿es necesario que utilicemos este lenguaje gordofóbico con los niños? Estoy segura de que la mayor parte de las veces no somos conscientes de que lo usamos, o de lo que puede generar en la persona a quien se lo decimos, sea un niño o un adulto, pero los niños son mucho más susceptibles y vulnerables, y debemos tenerlo en cuenta. Pero la realidad es que estamos causando un daño que, quizá no aparezca de inmediato, pero sí puede hacerlo a corto, medio o largo plazo.
La palabra foca, usada en este contexto, es un término despectivo, asociado a gordura, a algo desagradable, incluso a fealdad (pues los cánones de belleza que nos intentan inculcar actualmente se centran en una figura delgada), pero también se asocia a la mujer, principalmente (claro, el tema de la “belleza” va mucho más con nosotras que con ellos); es raro escuchar decirle a un hombre que «se va a poner como una foca».
Y yo me pregunto, ¿qué queremos conseguir cuando decimos esto a un niño, con qué intención u objetivo se lo decimos?: ¿que mantenga una figura determinada (quizá la que nosotros deseamos, pero no la que desea la otra persona)?, ¿que deje de comer?, ¿que le dé importancia al peso cuando igual no lo necesita (ni falta que le hace!)?, ¿que se sienta menospreciado/a por no alcanzar tus expectativas?, ¿que su autoestima se vea afectada?, ¿que se sienta mal?, ¿que deje de comer por no enfadarte (con sus posibles consecuencias sobre los TCA)? …
Quizá pretendamos, por ejemplo, que coma menos porque pensamos que se ha puesto demasiado. En tal caso, ¿no deberíamos mejor preguntarle si tiene más hambre o animarle a servirse menos y si luego siente más hambre, que coma algo más; o a que aprenda a identificar sus niveles de hambre? O mejor aún… ¿no deberíamos preguntarnos antes nosotros si sabemos la cantidad de hambre que puede tener nuestro hijo/a? Igual pensamos que está comiendo mucho, pero resulta que no ha parado de saltar en todo el día. O quizá pretendamos buscar en nuestros hijos algo que no somos capaces de lograr, de forma que proyectamos nuestras frustraciones/obsesiones/inquietudes acerca del peso en nuestros hijos. Aunque es normal que nos pase esto (y en todos los sentidos), es un ERROR.
Bajo mi punto de vista, las casusas principales de utilizar este tipo de lenguaje con los niños son:
1. Nos afecta el tema del peso y la imagen corporal (los estereotipos de belleza, o del cuerpo ideal) más de lo que debería.
2. No prestamos atención a las señales de hambre y saciedad, ni nuestras ni la de nuestros hijos.
3. Nadie nos ha educado en usar otro tipo de términos, los bebemos constantemente de la sociedad y el entorno que nos rodea y no nos planteamos sus efectos.
4. Nos proecupa más la cantidad que la calidad de lo que coma.
Y aunque pensemos que esto es una simple frase (y puede que lo sea), también puede tener una serie de consecuencias en nuestros hijos:
1. Afectamos a sus señales fisiológicas de hambre/saciedad, no dejando que elija por sí mismo cuánto comer, en función de sus propias necesidades.
2. Les hacemos sentir juzgados.
3. Podemos afectar a su autoestima, al compararlos con un animal o al sentir que no cumplen nuestras expectativas.
4. Inducimos en ellos una preocupación innecesaria por el peso o la imagen.
5. Creamos una relación poco saludable con la comida.
Por favor, no utilicemos términos despectivos, ni relacionados con el peso ni con la imagen corporal con niños, y menos en tono de reproche. Dejemos que sean ellos los que elijan cuánto comer (obviamente siempre que ofrezcamos opciones saludables), y no generemos en sus mentes, aún en desarrollo, patrones de conducta y pensamiento poco saludables en relación a la comida.
